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Paul Gauguin: el paraíso polinesio en Madrid

10 Ene

Yo fui en busca de esas miradas tropicales. Esos ojos oscuros de vahine escrutando las profundidades más allá del espectador. Saliendo del marco, hundiéndose en el aire, como cuchillos en el tiempo. Mujeres, jóvenes, rodeados de monos, palmeras, ríos y colores que sólo se encuentran en Tahití, en las islas Marquesas. En esos lugares lejanos, donde la exuberancia parece estar a la orden del día, donde el sol no se ausenta, donde las lluvias arrastran la tierra, donde los frutos maduran y perfuman el ambiente… Paraísos dignos de novelas de Kipling o Conrad en los que sólo algunos se atrevían a buscar al Otro hombre, al verdadero, al auténtico portador de la Humanidad.

Dos mujeres tahitianas, 1899

Dos mujeres tahitianas, 1899

Gauguin abandonó Francia, familia y amigos, exiliándose en aquellas latitudes en las que la luz, el calor y los perfumes más desconocidos se convirtieron en el verdadero fuego que daría hálito a su estilo.

El museo Thyssen Bornemisza recupera ahora lo que pretende ser una monografía sobre Gauguin y un completo retrato del exotismo. En cada sala, uno busca al verdadero Gauguin, el genio que retrató Vargas Llosa, en aquella novela de revelador título, El paraíso en la otra esquina. Sin embargo, las vahines, las mujeres tahitianas que llenan las telas más conocidas y representativas de Gauguin, están rodeadas por excéntricos paisajes llenos de palmeras, papagayos y tiernas escenas de baño de otros pintores que, si bien merecen un lugar en la historia de la pintura, poco tienen que ver con la fuerza y los ideales que llevaron a Gauguin allí. Puede que sean discípulos suyos, pero no podemos ver en las acuarelas tunecinas de Kandinsky la misma fascinación que sentía Gauguin por el mundo que le rodeaba y que tan lejos estaba de su tierra natal. Puede que los colores de Gauguin se encuentren también en el fauvismo francés o en el expresionismo alemán, pero jamás alguien renegó de sus orígenes como él, llegando a proclamar que el auténtico Edén no estaba en los salones más famosos de París ni en las galerías más prestigiosas de Londres, sino en las entrañas de Tahití. La Maison du Jouir, que decía. La Casa del Gozo y del Placer.

La búsqueda de Gauguin iba más allá del simple catálogo etnográfico. Jamás hubiéramos encontrado una Muchacha con abanico como ésta entre los bocetos de otros pintores del exotismo. No era la antropología lo que llevó a Paul Gauguin a los confines de la tierra, sino la búsqueda del Otro, el Hombre que verdaderamente merece la mayúscula, el que no ha entrado en el pútrido engranaje del mundo occidental. El primitivismo como verdadera forma de vida, la única para alcanzar el verdadero Paraíso.

Paul Gauguin murió y su pequeño oasis paradisiaco fue abandonado. Su obra permanece hoy como un testimonio de su revolucionaria mentalidad y una exposición en torno a este personaje es una llamada para todo aquel que quiera buscar respuestas a todas esas preguntas que aún surgen al pensar en su vida. La muestra del museo Thyssen no es más que una pequeña golosina. Al salir, uno sigue preguntándose cómo era todo aquello, aquel personaje. No dejéis de visitar la exposición, aun con riesgo de quedar insatisfechos. Parece que faltan piezas en el puzle y quedan muchos interrogantes. Y esas miradas rotundas, de mujeres tahitianas de otro tiempo, se burlan de nosotros, que aún no hemos encontrado dónde está su Jardín del Edén.

 

Irene Romero (4ºHDOC)